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miércoles, 27 de febrero de 2013

REDES SOCIALES


Confieso que no acabo de cogerle el misterio al Santo Grial de la comunicación de masas moderna: las redes sociales. Muchos dicen que son el futuro, puede ser. Pero, en lo poco que conozco, Twitter me parece el reino de la ocurrencia y Facebook la república del patio de vecinas. Salvo excepciones, no encuentro en la gigantesca jungla de internet más que una versión de lo que se ha hecho siempre: cotillear, decir lo que uno piensa en lugar de pensar lo que se dice, ampararse en el anonimato para hacer daño fingiendo que no pasa nada, huir de los argumentos como de la peste…

Ya sé, parezco el abuelo cebolleta. Pero no es el caso. Simplemente me parece una gran posibilidad que no se aprovecha. Si sigo con el blog es porque me permite lo contrario: ahondar en la medida de mis posibilidades, discutir civilizadamente y aprender algo. Algunos de los que comentan son amigos con trienios; a otros no los conozco personalmente, pero si siguen ahí es porque hay una corriente de afinidad. Apenas he borrado cuatro comentarios en más de tres años. Pero lo que leo por otros lugares facetwitteros me parece directamente censurable en más del noventa por cierto. Me quedo corto: asqueroso, vomitivo, ultrabanal, bobalicón, cobarde.

Será porque comencé con el mundo blog, pero este formato me parece más sólido: requiere tiempo y paciencia, aunque no pocos que se dicen blogueros facebookean sin rubor.

Facebook es la epidermis de la comunicación; Twitter, tan sólo los pelillos (¡140 caracteres!: ni para saludar). En su mayor parte, of course, líbrenme Dios, Hume, Russell y la lógica de las inducciones incorrectas.

jueves, 21 de febrero de 2013

CARIDAD


Hace poco estuve en una sencilla y emotiva ceremonia. Un primo lejano (pero querido) había muerto en Madrid, donde fue incinerado. No pude asistir al acto, pero sí, unas semanas después, a otro. La familia tiene una tumba en una ciudad castellana en la que van depositando las cenizas de los que fallecen. Éramos menos de veinte personas. Un empleado se introdujo en el agujero, dejó la urna y un par de ramos de flores y se fue. 

Los hermanos leyeron un párrafo del último libro que estaba leyendo, apenas unas horas antes de morir. Era Viaje a la Alcarria, y contaba el momento en que el viajero sale de Pastrana. Después, en un simple teléfono móvil, escuchamos el Concierto de Aranjuez, una de sus músicas favoritas.

Su hermano mayor me explicó que en el tanatorio de Madrid el cura se negó a que sus familiares leyesen esas líneas y sonase la música. Le pareció “poco apropiado”.

Caridad se llama eso, le dije. Pensé que entre tanta gente en la Iglesia que es capaz de ofrecer consuelo (y a los que pagan por eso), les tocó un cerril, un cenutrio integrista, un ortodoxo que no entiende que el protagonista de la ceremonia no es él.

A mí también me gusta el Concierto de Aranjuez. Fuiste un buen tipo, J.

sábado, 16 de febrero de 2013

HAMAM



El Hammam Al Andalus se encuentra en Madrid, en la calle Atocha. El martes pasado estuve allí, remolón por el frío que hacía, urbanita como soy, deseando hacer kilómetros de asfalto en lugar de sumergirme en el agua. Un poco arrastrado, pero fui. Hora y media, 30 €. Barato no es, pero sí un placer sensorial: el murmullo del agua, las músicas orientales apenas perceptibles, como nubes interiores, los aromas sabiamente escogidos… El personal es amable, la instalación estupenda (algo pequeña), poca gente, silencio casi absoluto. Los que no sean miopes aún lo disfrutarán más que yo.

Me rondaba la cabeza una estupenda película que vi al poco de su estreno, en 1997. Es una coproducción entre Italia, Turquía… y España. Su director es el ítalo-turco Ferzan Özpetek, del que también he visto Tengo algo que deciros, una comedia a ratos divertidísima, a ratos amarga, que habla de la dificultad de salir del armario (y que cuenta entre sus estupendos actores con la más estupenda aún Nicole Grimaudio).

Creo que el gran fallo de la película, titulada Hamam, y subtitulada innecesariamente El baño turco, es su desacertado reparto, especialmente la elección del protagonista masculino, Alessandro Gassman, muy poco expresivo para lo que una sensual película necesita. No así los actores turcos, excelentes, verosímiles. La peli se cuenta enseguida: un matrimonio al que une la costumbre y el trabajo reciben la noticia de que una tía de él, residente en Estambul, ha muerto y le ha dejado en herencia un hamam. Él viaja con la intención de venderlo, pero el tempo, los colores, los aromas de Estambul, le atrapan para siempre hasta que se convierte en turco: el hamam es su hogar. Cada día que transcurre está más cerca de ser otro hombre y más lejos de su burguesa mujer italiana, cada minuto se acerca más a un horizonte inconcreto pero posible de felicidad.

No cuento la última escena, cuya belleza y silencio me sobrecoge.

Pero que nadie espere una postalita de Estambul. Los que hemos recorrido algunos de los barrios (judío, griego…) por los que apenas hay extranjeros notamos su realidad y no la que enseñan a los giris (pues así llaman a los turistas).

Recomendable. El Hammam de Atocha, la peli Hamam, Estambul, la sensualidad perezosa e intensa. La vida que nos gusta.



domingo, 10 de febrero de 2013

EUGENIO TRÍAS

"La polisemia del lenguaje constituye el combustible del pensamiento”

Eugenio Trías: La dispersión


Estoy viendo la final de la Copa de baloncesto. Cuando termina, el telediario informa de que Rubalcaba pide que las empresas no hagan donaciones económicas a los partidos políticos; también de que Cristiano Ronaldo le mete tres goles al Sevilla, de que ha muerto Eugenio Trías…

Ha muerto el filósofo Eugenio Trías. Sin duda, uno de los pensadores españoles más importantes, infinitamente menos conocido que otros más mediáticos, pero sólido como ninguno. Premio Friedrich Nietzsche (el más importante en filosofía) en 1995. 70 años.

Voy a mi modesta biblioteca y descubro con vergüenza que sólo tengo un libro suyo, La dispersión, otro en colaboración con Josep Ramoneda y Xavier Rubert de Ventós, titulado Conocimiento, memoria, invención, y un tercero en el que se le hace una entrevista. El primero es un texto de aforismos, que hay que leer, según recomendaba Nietzsche, como si fuésemos vacas y no hombres modernos, esto es, rumiando. En el segundo colabora con un capítulo titulado “Lo bello, lo sublime y lo siniestro”. El último tiene su gracia, se titula Conversaciones con la joven filosofía española, y es una serie de entrevistas de Javier García Sánchez con jóvenes como Savater, Camps, Gómez Pin, Rubert de Ventós, Sádaba, Albiac y otros.  Claro que el libro es de 1979: ellos eran jóvenes y yo un niño.

La entrevista con Trías se titula “La importancia de la meditación filosófica”. La releo y me encuentro con su concepción de la pasión como “punto de partida de la reflexión epistemológica, (…) como forma de conocimiento en lugar de –como suele entenderse- aquello que impide que conozcamos”.

Hace unos diez años hice un curso con él y sobre él en la Biblioteca Valenciana, que conducía entonces José Luis Villacañas. Trías dio la primera sesión. Recuerdo la facilidad con la que pasaba de la filosofía a la música, de ésta a la literatura, y de ahí al urbanismo, al cine o a la historia. El resto de las sesiones fueron una sucesión de teloneros que no aportaron nada, salvo palabras de veneración al maestro y academicismo a raudales.

Me admiró su conocimiento y me sorprendió su figura. Trías era un hombre menudo, educadísimo, pulcro, riguroso. Me recordó a Nietzsche, tras cuyo gran bigote también se escondía una persona con las mismas características.

Los lectores habituales de este blog perdonarán que haya escrito unos cuantos párrafos sobre alguien cuya obra conozco tan poco. Tengo como propósito escribir tan solo (y con cuidado) de aquello de lo que sé algo. No es el caso: perdón. En realidad éste es un post de agradecimiento. Sin los goles y sin las impostadas palabras de los políticos se puede vivir. Sin Trías, pensarán algunos, también. Pero yo le agradezco que se molestase en pensar un poco más, y un poco más allá, que los demás.





“Escribir es inscribir algo en la carne. Es tatuar al que lee”

Eugenio Trías: La dispersión

miércoles, 6 de febrero de 2013

VERGÜENZA


Leía en el facebook de una amiga que estaba “avergonzada de ser española”. Supongo que se refería a la cotidiana ración de inmundicia política y económica con la que convivimos, con esa caterva de personajillos que han medrado sin más mérito que una agenda de relaciones bien situadas, y sin más provecho para la sociedad que un agujero económico que acabaremos pagando todos. Su gran colaboración al interés general es una dosis irrecuperable de desconfianza en el sistema.

Lo que no sé es por qué has de sentir vergüenza. Como ya te he escrito en tu página, ¿tienes algo por lo que avergonzarte?, ¿te han pagado alguna vez parte de tu sueldo en dinero negro?, ¿has pedido dinero por aprobar a alguien?, ¿te has gastado un dinero que no era tuyo en sandeces inútiles?

Si no has cambiado en los últimos días de profesión, perteneces, como yo, al gremio docente. Ése que en los últimos años ha sufrido varias disminuciones de su salario, al tiempo que se incrementaba su carga laboral (lo que es un modo nada sutil de bajar los emolumentos) y dejaba sin posibilidad de trabajo a miles de interinos, pues si a los funcionarios se les aumenta el trabajo, es para que hagan el de los interinos, que de ese modo, ya no hacen falta.

Naturalmente, una pequeña parte de la culpa la tenemos nosotros, con nuestra raquítica capacidad de respuesta y nuestra innata o cobardica capacidad para mirar hacia otro lado.

Pero de lo que quería hablar hoy es de la vergüenza. Es conocido que tal estado sentimental es más propio de culturas orientales, notablemente la japonesa, en la que la pertenencia del individuo al colectivo hace que sus actos tengan repercusión moral sobre la sociedad que, de ese modo, se constituye en criterio de la bondad o maldad de la conducta. Aquí no ocurre tal cosa. Aún espero que alguien reconozca que ha sido él, que está mal lo que ha hecho, y que pida perdón por ello. Aquí negamos, negamos y volvemos a negar. Somos capaces de negar que es de día a mediodía, somos capaces de justificar que con un sueldecillo en la media se pueden tener varios coches de gama alta, apartamentos, chalets y cuentas en paraísos fiscales que no paran de engordar.


Pero yo no siento vergüenza por eso. Mucho menos por ser español, lo que es sólo un hecho que tampoco me llena de especial orgullo. Los responsables de los actos son sus autores; yo, como mucho, tendría una cierta responsabilidad circunstancial si hubiera tenido algo que ver en forma de consentimiento, voto, complicidad o cualquier otra variedad. Que no es el caso. Pero me alegro de que alguien de los suyos diga eso de que hasta aquí hemos llegado, yo no quiero tener nada que ver con ellos, yo no apoyo, yo no consiento, yo no miento, yo no traiciono. Yo no guardo silencio.

Porque a la vuelta de la esquina espera la hidra, el líder populista que todo lo va a arreglar, el que sabe lo que hay que hacer para poner a todos en vereda. Alguien está afilando los cuchillos y cargando los fusiles, esperando sólo que la puerta se abra y la amorfa masa pida soluciones con los intestinos. Llenos.

No siento más vergüenza que la ajena, pero no me gusta llamarla así. Y trato de dominar mi rabia para que no se me confunda con esos que quieren abrir las puertas para que entre el monstruo a poner orden.

Así que tranquila. Nada por lo que avergonzarte.