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sábado, 25 de enero de 2014

COMPRAR


Trabajé en un hipermercado antes de dedicarme a la enseñanza. Poco tiempo y hace muchos años. Pero la impronta no se ha borrado. Sigo observando la geometría militarizada de las baldas, las ofertas no siempre transparentes, las luces y la música ambiental.

Me molesta el descuido de algunos empleados. Comprendo que están mal pagados, pero en el momento en que te están atendiendo son la imagen de la empresa, la marca. Un buen profesional atrae clientes del mismo modo que el malencarado, ineficaz o grosero los repele. Los jefes deberían tener esto muy en cuenta a la hora de repartir mejoras salariales, horarios y palmaditas en la espalda.

No es tolerable que una cajera de una gran superficie se demore más de diez minutos para hacer un descuento del 30%... ¡de 100 €! Tampoco lo es que en el híper donde compro a veces tenga que reclamar cuatro de cada cinco veces porque algún precio cobrado no coincide con el expuesto en el interior de la tienda. Ni que en un supermercado me encuentre habitualmente yogures caducados. Tampoco es de recibo que en una tienda de productos electrónicos anuncien como gran oferta un cacharro cuyo precio maravilloso es de 89 €, mientras que el anterior era… de 79. Descuidos en la mayor parte de los casos, no diré que mala fe. Y escasez de personal. Pero la imagen es penosa, de desgana, de que todo vale con tal de obtener la próxima (¿y última?) venta. Creo que es un error enfocar así el negocio.

Todos cometemos muchos errores en el trabajo, desde luego. No me excluyo. Noto que incurro en algunos que no cometía antes desde que tengo más horas de clase, más grupos, más alumnos y muchísimo más papeleo. No llego. Por lo tanto, entiendo que los fallos crezcan. Lo que no admito es que nadie haga nada por evitarlo; incluso que los implicados no hagamos lo posible por minimizarlos.

Por otro lado, me admiran sobremanera los otros profesionales, ésos que saben y que saben hacer. A menudo llevan en los surcos del rostro un cansancio de años en el que se mezcla un horario del siglo XIX y una retribución que más que sueldo habría que llamar limosna. Pero ahí están: eficaces, educados, dignos, siempre con un gesto amable, dispuestos a ayudar, a vender bien, a no engañar, a tratar al cliente como una persona y no como un monedero. Me parecen magníficos profesionales ésos que no te apresuran, que quieren que salgas contento de su tienda o con su marca, que no les importa que te vayas sin comprar: ya volverás. Y siento que el agrado por la buena educación recibida se mezcla con un sentimiento de rabia por tener que disculparse a causa de errores que no les son atribuibles.

Comprar es también un acto social.  Lo que hay delante no son productos, sino personas. Merecen buen trato. Cualquiera de nosotros compra rápidamente, ni siquiera da las gracias, se vuelve a casa a gozar del fútbol y la cerveza… mientras a ellos aún les quedan unas cuantas horas de trabajo intenso, a veces en domingo, festivos.

Alguna vez el cliente satisfecho debería llamar al encargado para informarle del excelente trabajador que tiene. Es de justicia.

domingo, 19 de enero de 2014

MOTIVACIÓN

¿Qué es un motivo? Es un combustible para llevar a cabo cualquier acto. ¿Una razón? No exactamente, sólo a veces. Un motivo es todo aquello por lo que hacemos algo, el detonante, los cimientos también.

Esta semana he explicado a mis alumnos de Psicología el tema de la motivación. Me motiva. Intento que no “psicologicen” en exceso; o mejor, que no acudan a las infinitas excusas que se dan en su nombre: todos sabemos que cualquiera se siente autorizado a justificar una acción, propia o ajena, porque “no estaba motivado”. Esta recurrente frase significa, entre otras cosas, lo siguiente: “No me gusta”, “No me pagan (bastante)”, “No me divierte”, “No me pone”… Es decir, “No me motiva”.

El mundo de verdad, ése que les espera tras las vallas del patio, es poco motivador. Está infestado de sapos que tragar, de tiburones hambrientos y de virtuosos del látigo. No les va a motivar lo que encuentren. No a la mayoría, no la mayor parte de las veces.

Es obligación de los adultos enseñarles la diferencia entre obligaciones y devociones. No siempre estaremos motivados, pero eso al tiburón del látigo le importa poco, y al que extiende facturas menos aún. Por eso es conveniente que insistamos en que hay factores involucrados en la conducta que dependen de nosotros y otros que no. Y no podemos esperar siempre una motivación extrínseca en forma de recompensa o reconocimiento. Es preciso potenciar los elementos que la libertad pone a nuestra disposición: la razón, la deliberación, el criterio. Todo lo demás es bajar cada vez más el listón de la frustración y hacerlos dependientes, caprichosos y violentos.

A menudo hay que hacer algo por deber, en conciencia, gratis. Sin esperar motivación (o poniendo en marcha la mejor de las motivaciones: la voluntad), sabiendo que incluso puede llegar el desplante y la sanción.

Les hablé de Primo Levi.

sábado, 11 de enero de 2014

PRECAUCIONES IMPRESCINDIBLES

Qué poco cuidado.

No seré yo el que diga que el que escribe mal todo lo hace mal, es negligente con sus amigos, mal ciudadano, descuida su higiene, es feo y peludo… Pero sí diré que es muy atrevido. Como la ignorancia, ya se sabe, lo más atrevido del mundo mundial.

Me han regalado los Reyes Majos Las 500 dudas más frecuentes del español, utilísimo y entretenido libro editado por el Instituto Cervantes. Ya tenía el Diccionario panhispánico de dudas, emparentado con él en eso de solventar los titubeos lingüísticos. Consulto ambos casi a diario con provecho y en no pocas ocasiones me avergüenzo por haber estado utilizando mal el lenguaje.

Recomiendo que no falten en la mesa de todo escritor o aspirante a ello. No digo en la casa, no: en la mesa de escribir. Porque cuanto más leo (en papel, en e-book, en internet, en cualquier soporte), más seguro estoy de que todo no vale y de que hay que esmerarse un poco más.

Un buen escritor compra unos bolis, unos cuadernos, un ordenador… y una papelera. Eso no debe faltar. Aconsejo modestia y buena puntería. Casi todo ha de ser consultado, sopesado, analizado, contrastado… y eliminado en la mayor parte de los casos.

Estoy muy harto de la banalidad. No quiero ser democrático en esto, sino aristocrático. Así que, a los libros antedichos, añádase un buen diccionario, la Ortografía y, a ser posible, la Gramática.

Y luego veremos.

Pero basta ya de imbecilidades en negro sobre blanco. Vayan a la escuela, lean un poco más, sean autocríticos; consulten a personas que los quieran de verdad. Por favor.

Y guarden silencio casi siempre. Hay demasiado ruido.

viernes, 3 de enero de 2014

LIBROS DE 2013

36, alguno menos que en 2012, lo que significa mayor vida social. Lo siento por las letras, pero hay prioridades.

Repaso la lista y de algunos ya no me acuerdo, lo que significa que no han dejado la más mínima huella. Dicho de otro modo: tiempo dilapidado, vacío cerebral.

No obstante, algunos que he leído por primera vez, y otros releído (este año he releído mucho: el libro nunca es el mismo), merecen mención especial. Ahí van mis preferidos, mi top ten entre la narrativa, que es lo que más frecuento:

Abandonarse a la pasión, de Hiromi Kawakami: trozos de vida de seductora ternura, extraños a veces, sensuales, inexplicables. Tiene fuerza y al mismo tiempo delicadeza. Una maravilla.

Delicioso suicidio en grupo, de Arto Paasilinna, es un estupendo libro en la línea del autor. Parece una comedia, sólo lo parece. Los finlandeses tienen problemas de comunicación, de depresión, de malos tratos, de alcoholismo. Pero aman la vida, como todos A veces es desconcertante, pero vale la pena. A comienzos de año leí otro del mismo escritor, El mejor amigo del oso. Me gustó más, tal vez porque descubrí a Paasilinna con él.

Si no es el mejor del año, por ahí anda: El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Hablé de él en un post. Novela testimonio que perdura, que ablanda los ojos y hace latir el corazón.

Compite con Yo confieso, de Jaume Cabré, del que también hablé en otro post, por lo que no insistiré. Prohibido a perezosos y a bestselleros.

De Irène Némirovski leí Los perros y los lobos, excelente narración breve que sabe a poco (me hubiera gustado un mayor desarrollo), y releí la magistral Suite francesa con mayor placer aún que hace pocos años, cuando descubrí a la autora. Quien aún la ignore debe arrojarse rápidamente a sus páginas.

Alessandro Baricco es un autor que conozco poco, apenas tres libros, y que no me gustaba; me parecía errático, pretencioso, hueco, espiritual… hasta que recorrí las páginas Mr. Gwin, originalísimo libro cuya trama no puedo desvelar porque nadie la creería. Pocas veces me ha parecido tan difícil mantener una historia tan inverosímil y hacerlo tan bien.

Prohibido entrar sin pantalones es una arriesgadísima novela de Juan Bonilla (ver post) que deja poso. Parece una locura del autor, una insensatez maravillosa, un atrevimiento en el previsible mundo editorial. Naturalmente, un relativo fracaso de ventas.

También he releído Wilt, de Tom Sharpe, tras muchos años de amarillear en la estantería. Vuelvo sobre él y de nuevo me topo con unos ratos desternillantes. No sé si es gran literatura y, la verdad, no me importa nada.

Hay muchos otros que me han gustado por distintas razones; a algunos les pondría objeciones (longitud, digresiones, finales…), pero esa “segunda fila” no es en absoluto desdén. Ya he dicho que, si no los apuntase, habría olvidado una docena. Pues bien, merecen ser al menos nombrados los siguientes: El asesinato de Pitágoras (Marcos Chicot), El asombroso viaje de Pomponio Flato (Eduardo Mendoza), El pájaro que da cuerda al mundo (Haruki Murakami), Los enamoramientos (Javier Marías), Muerte en Estambul (Petros Markaris) y El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Jonas Jonasson).

Para el día 1 me reservé las últimas páginas de La tía Julia y el escribidor, otra relectura que mejora con los años. Y tengo a medias un libro de relatos de Alice Munro del que disfrutaré en unos minutos…

http://nomadassquare.blogspot.com.es/2013/06/el-olvido-que-seremos.html
http://nomadassquare.blogspot.com.es/2013/09/jaume-cabre.html