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domingo, 27 de septiembre de 2015

LA IDENTIDAD

Me voy a dormir. Tengo gripe y el cuerpo alterado, no sé si por los patógenos asaltantes que me producen erráticos dolores o por mi chute de Frenadol (soy un adicto, lo sé).

Me voy a dormir mientras escucho la radio y la enfermedad me distancia de la discusión sobre las consecuencias de la identidad. Mientras me cepillo los dientes se me ocurre que el nacionalismo es una forma política (y con cierto peligro, palabra que constituye una potencialidad, no un daño objetivo) de platonismo. Y así, con los piños desbordando espuma (no es rabia perruna, lo juro), llego a la conclusión de que Hume tenía razón, que la identidad es una ficción metafísica que solo hilvana la memoria, una creencia sin fundamento lógico, cosida con los hilos de sentimientos y recuerdos. Un supuesto.

Cierro la puerta del cuarto de aseo y aún escucho tenuemente la maravillosa voz de mi vecina cantado en árabe algo que tiene aires de música pop.

Antes de meterme en la cama oigo a destacados líderes hablar en el idioma del país al que no quieren pertenecer. Algunos también hablan otros idiomas. Y se me ocurre antes de arroparme que también eso es su identidad, y tal vez la mía, que comprendo el catalán, lo leo, y hasta lo hablo a trompicones si la ocasión lo exige. Pero sin orgullo ni prejuicio. Así, tal cual, con naturalidad.

Seguramente es que no comprendo la cosa, tal vez porque dejé de ser platónico al abandonar la adolescencia. Y luego me hice kantiano, de esos de la crítica y las condiciones de posibilidad y la universalizabilidad del imperativo categórico y la paz perpetua. Y luego algo nietzscheano, bastante camusiano y muy de Zweig, Orwell y tantos otros. O sea, que la identidad, de refilón y epidérmica. A lo mejor es que lo mío es un chop suey identitario, un charneguismo nómada. Qué se yo.

Ahora que estoy ya a punto de apagar la luz siento los dolores imprecisos y concretos de la enfermedad. Y entonces pienso que lo de la identidad debe ser algo más corporal que no comprendo. Pero eso no puede evitar que tenga tantas ganas de dejar el Frenadol éste, aunque está rico el condenado, y cogerme el single malt e incluso un buen cava de Sant Sadurní d’Anoia. Molt fred, natürlich.


https://www.youtube.com/watch?v=K5KAc5CoCuk

lunes, 21 de septiembre de 2015

PIERRE BONNARD

Domingo de otoño. Invasión de luz. Suena una música que cada uno escucha diferente (solo parecemos silenciosos). En algún lugar, Marthe y Pierre, sobre todo ellos, vivieron cada día, se amaron con altibajos, hicieron casi todo lo que hacen las parejas cada día. Marthe caminaba por la casa, se daba un baño. La toilette. Pierre mira, toma los pinceles, busca ángulos.


lunes, 14 de septiembre de 2015

EL EFECTO MOQUETA

Tengo que investigar en internet de qué están hechas las moquetas. No se da gran importancia al tema, pero es la causa seguramente de graves desajustes sociales.

Es el conocido efecto moqueta.

Lo padecen personas corrientes que, por su causa, creen no serlo ya. Puede verse afectado cualquiera de nosotros: profesionales, padres y madres de familia, futboleros, gente que compra a tu lado en el super, taxistas, jardineros... Pero es llegar la moqueta y todo cambia.

El efecto moqueta tiene consecuencias inmediatas sobe el orden social. Ese compañero de trabajo (vecino, amigo…), se transforma en cuanto siente la moqueta bajo sus pies. Crece en tamaño y apostura, precisa vestuario ad hoc, ahueca las palabras, aumentan sus conocimientos y se siente legitimado para el liderazgo (que sus liderados no opinen lo mismo es otra cuestión).

Debe ser, insisto, alguna hebra o corpúsculo que se introduce por ruta aérea en las vías respiratorias, y de ahí al resto del cuerpo hasta constituirse en precursor de media docena de neurotransmisores aún por descubrir.

Porque mira que es difícil que esos tipos (y tipas, no hay distinción de género) sigan tendiendo puentes con la realidad de la que hace tan poco han salido, a la que deberían seguir perteneciendo. Qué complicado resulta que sigan escuchando, que pregunten a los que saben, que entiendan de dónde vienen, cuál es su función y sus limitaciones. Pues no.

El efecto moqueta (sin duda son las fibras textiles que inadvertidamente se adentran en sangre y cerebro) provoca distancia, arrogancia y soberbia. Y aún más, disgusto por el hecho de que los mandados, plebeyos de loseta y sintasol, no agradezcan debidamente los desvelos del líder.

Si algo nos ha enseñado estos años es que el poder se ejerce sin contemplaciones. Sin piedad. Será eso que digo: el efecto moqueta.


Con el deseo de que S. y R., a las que tengo en estima personal y profesional, no sucumban a él, ahora que han ascendido a zonas de poder y decisión.


viernes, 4 de septiembre de 2015

SEPTIEMBRE EN ALGUNA PLAYA


Ellos tenían fe en la Idea con la testarudez y la obstinación miope de quienes sólo han leído un libro; no les valían discusiones ni argumentos, se daban la vuelta cuando alguien les mostraba la realidad (…). Esos pobres de espíritu que creían firmemente que el Reino de los Cielos les pertenecía no eran muchos, pero siempre habrá idiotas en todas partes, y si se alían con el poder pueden resultar incluso peligrosos. 

No sólo se desangran en las barricadas los enemigos señalados por la revolución, sino muchas veces también la misma idea revolucionaria. Felices son los pueblos que se han desarrollado socialmente sin necesidad de revoluciones. Son felices los escandinavos, los holandeses… La idílica lista se acaba pronto.

Sándor Márai: ¡Tierra, tierra!, ed. Salamandra, Barcelona, 2008. Primera cita: páginas 261-262; segunda: página 320.